Los textos comentados durante la última reunión del curso giraron en torno a la relación entre el proceso de globalización y el modelo de desarrollo territorial en América Latina. En el texto de Sergio Boisier, el desarrollo ha de entenderse, en general, como un proceso necesariamente local que puede interpretarse de tres formas: primero, como algo surgido de la matriz de la estructura productiva local; segundo, como un proceso endógeno de la economía; o tercero, como el empoderamiento de los agentes económicos y sociales de un territorio específico. Tras aclarar esto, el autor juzga que América Latina debe buscarse un hueco en la globalización y destaca, a este respecto, que la forma más adecuada para ello es a través de los proyectos de integración regional y de la apertura comercial de las economías nacionales.
Ahora bien, la
globalización, en tanto que fase tecnocognitiva del sistema capitalista, se presenta,
al menos en teoría, como una oportunidad para aumentar no ya únicamente la
competitividad de las economías latinoamericanas, sino también, y es esto lo
que nos atañe, mejorar las actividades productivas y el bienestar social en las
zonas periféricas de toda la región. Cabría preguntarse, a la luz de esta
afirmación, si la dimensión territorial de la globalización se corresponde con
lo anterior. Dicho de otro modo, ¿qué impacto ha tenido la movilidad de
capitales sobre el territorio? ¿Lo ha devaluado de cara al mercado o ha facilitado
su especialización? Dar una respuesta concluyente a esta cuestión en absoluto
es fácil, sobre todo si tenemos en cuenta que el sistema económico mundial se
ha convertido, qué duda cabe, en un espacio de comercio único en el que las
unidades productivas, principalmente las empresas multinacionales, pueden
desplazar sus inversiones de un territorio a otro a fin de aprovechar las
ventajas que ofrece cada uno. Entonces, ¿cómo se puede impulsar el desarrollo local
en América Latina en el contexto de la globalización? Según Boisier, la
globalización puede ser beneficiosa en la medida en que haya un proceso de
integración comercial previo y que se creen nuevos centros de aglomeración que
ofrezcan mayores economías de escala al tejido empresarial latinoamericano. De
lo que se trata, pues, es de relanzar la competencia a escala regional, de
reconvertir la estructura económica y diversificar los mercados a los que se
destinan los bienes y servicios producidos. Y para ello, la producción debe
realizarse en forma de red, incorporando en ella a diversos agentes, desde
empresas privadas hasta instituciones educativas, y siguiendo unas pautas de
organización más horizontales.
De otro lado, el texto
de Francisco Alburquerque muestra cuán relevantes son las estrategias
latinoamericanas de desarrollo local en la actualidad. Éstas surgieron, afirma el
autor, como una respuesta «desde abajo», desde la sociedad, a las sucesivas
crisis económicas de los años ochenta y noventa y a la incapacidad del Estado
para articular políticas que lograsen mitigar los efectos de las fluctuaciones
cíclicas en una región o una localidad. No obstante, el gran reto al que se
enfrentaron —y aún se enfrentan— éstas estrategias no es otro que la falta de un
acuerdo institucional respecto de las cuestiones territoriales: no hay una
continuidad en estas iniciativas socioeconómicas en gran parte porque no se ha
alcanzado un consenso suprapartidista a propósito de su contenido y su forma,
de tal suerte que resulta imposible plantear hoy una estrategia territorial
coherente a largo plazo. En todo caso, para que un proyecto de esta naturaleza
pueda llevarse a buen término, es imprescindible conjugar la iniciativa de los
agentes privados, ciudadanos y empresas, con la acción pública de las distintas
administraciones del Estado. Así, por ejemplo, en el ámbito local, los
ayuntamientos y las micro y pequeñas empresas, el grueso (más del 90 por cien)
del tejido empresarial de América Latina, deberían colaborar para definir entre
sí políticas mesoeconómicas (relativas, entre otras cosas, a la innovación, la
formación, el acceso al crédito y a la organización del territorio) que promuevan,
como se ha visto en Boisier, la articulación de una red local mipymes; todo
ello permitiría aumentar la productividad de estas empresas, mejorar su
organización interna y la calidad de sus productos e incrementar su cuota de
mercado. Los planes estratégicos llevados a cabo en algunos estados de Brasil
son buenos ejemplos de esto, ya que han favorecido, con cierto éxito, la
producción en pequeños espacios. Otro caso, más complejo que el anterior, es el
de Bolivia, en el que se han combinado diversos planes de desarrollo local con
un plan nacional de desarrollo... Finalmente, ya en las antípodas, cabría destacar
el programa «Chile emprende», suspendido tras el último cambio de gobierno, a
través del cual se buscaba impulsar el desarrollo de la economía chilena siguiendo
un modelo tradicional de concertación entre el Estado central, los
ayuntamientos y los empresarios.
En definitiva, las
estrategias e iniciativas territoriales, resultado éstas de la llamada
innovación social de los años ochenta y noventa, con la que se intentaba
incluir a la sociedad en los procesos económicos y crear una nueva cultura de
participación ciudadana, se enfocan en el desarrollo de las economías locales y
en el progreso social.
Observación: José Ignacio Díaz
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